¿Has asumido tu poder como educador?

Así como veas a un adolescente, será

Cuando hablamos de educación, ya sea desde el papel de docente o de padre, olvidamos que tenemos un gran poder en su educación. Enorme. Nos centramos en el cómo controlarles, qué aportarles, cómo guiarles, qué decirles, y cuando entramos en esta lucha, perdemos, no por estar haciéndolo mal sino por olvidar la clave más sencilla de todas.

 

Casi todos nos hemos encontrado en una situación en la cual tenemos que tratar una situación educativa nueva, por ejemplo, cuidar de un sobrino o comenzar a enseñar en una nueva clase. Algo casi típico que suele ocurrir es que previamente alguien nos dice «uf, ¡vaya papelón! ¡menudo pieza te ha tocado!» y ¿qué pasa a continuación? que queriéndolo o sin quererlo hemos etiquetado a este joven. Y esto sucede tanto si el comentario es negativo como positivo. Vamos a enfrentarnos a esa situación ya condicionados.

¿Es esto justo? No se trata de qué es justo o no. Hemos crecido aprendiendo a enjuiciar personas y situaciones y no debemos sentirnos culpables por ello. Eso sí, podemos actuar en consecuencia. Si nos preavisan de que un joven será un dolor de cabeza, así será. Si nos dicen que será maravilloso, también será así. Si yo tengo delante a esa persona que me dice “esta será tu nueva clase, ¡menuda cruz! suerte” lo más inteligente que puedo responder, aunque no lo diga en voz alta es que son personas y que ya decidiré si, en mi opinión, son una cruz o no.

 

Siempre que tengamos delante a un niño o adolescente al que educar, hemos de preguntarnos una cosa:

¿Creo en él?

La educación no empieza en él, sino en ti. Un joven no es el joven que ves hoy, sino todo lo que como persona puede ser mañana. Esto es lo que se conoce como “efecto Pigmalión”: las personas pueden lograr cosas o adoptar cambios por el mero hecho de creer que son posibles.

Puede sonar extraño, incluso muy idílico. Sin embargo, funciona de una manera muy simple. Cuando creemos que somos capaces de conseguir algo adoptamos conductas que allanan el camino y favorecen ese logro. No hay nada más decisivo en alcanzar una meta que el sentir certeza de que puede obtenerse. Y esto no solo funciona en primera persona, sino también con los demás.

Si creemos honestamente en ese joven, obviando su situación y circunstancias actuales, centrándonos en todo el potencial que es capaz de desatar, automáticamente, nuestro lenguaje hacia él y nuestro comportamiento evolucionarán. Comenzaremos a transmitirle, consciente o inconscientemente, lo mucho que vale, lo mucho que puede conseguir, el gran talento que tiene o lo intensamente que puede brillar.

La educación no empieza en él,

sino en ti

No sé cuál sería tu caso, pero si en unos meses yo me enfrentase a correr mi primera media maratón y la persona que tuviese al lado me dijese que es muy dura, que no me caiga y que me desea suerte, no la enfrentaría igual que si me dijese que vuele, que disfrute dejándome llevar, que ya he corrido antes y que mi cuerpo está listo.

No se trata de ser realista o no con un hijo o alumno, se trata de creer. En una carrera, como en la vida, puede pasar de todo: caídas, imprevistos, baches. Sin embargo, la atención no debe estar en lo que puede ocurrir (y menos si es negativo) sino en lo que puede este joven lograr y crecer con una experiencia nueva que agrandará la perspectiva que tiene de sí mismo como persona. Eso sí es inmenso.

Centramos la atención en el qué está ocurriendo hoy, nos sentimos ofendidos por determinadas situaciones que queremos corregir, cuando son eso: situaciones. Ellos como personas son mucho más, no son sus circunstancias.

En ocasiones, el agujero de la educación es este: la falta de fe, no solo en ellos sino en nuestro potencial educativo. Puede dar miedo, y mucho, reconocer que esa personita que de alguna forma está en tus manos hoy tendrá un mañana que dependerá en gran medida de tu saber hacer. Puede dar miedo asumir que su creencia sobre sí mismo depende de tu creencia sobre él.

¡Eso sí es un papelón!

Sin embargo, no le temas, actúa. Tienes un arma poderosa en tus manos y eres responsable de utilizarla o no. Yo te invito a asumir tu poder. Cuesta aceptar una responsabilidad de esa magnitud, sin embargo, una vez asumes ese poder que se te ha otorgado, nada volverá a ser igual. Garantizado. Será en ese momento cuando de verdad sientas que estás educando:

Cuando reveles a un joven lo valioso que es

y lo alto que sabrá volar

(Artículo originalmente escrito para INED21)

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