Cuando hablamos de aquella persona que educa, normalmente nos viene a la mente la exigencia de los padres, los profesores que transmiten conocimientos, o los monitores de un campamento que vigilan a los alocados niños y adolescentes. Sin embargo, un educador (padre, madre, docente, orientador/a…) es mucho más que esto. Un educador se forja también en su propio entorno. Necesita de cualidades y herramientas que lo diferencien y lo hagan único y, a su vez, apto para esta tarea.
La educación tradicional no funciona al 100%. No todo es desechable, pero sí necesita una revisión, y parte de ella consiste en un nuevo paradigma en el “enseñante”. Sin ellos, la educación cojea, por ello somos facilitadores que pueden entrenar su propio entorno y a sí mismos.
¿Qué entrenar?
El autocuidado: la primera tarea del educador es mimarse a sí mismo. Cuando nuestra labor es el trabajo o hacer camino con otra persona (pareja, familia, compañeros, alumnos…) lo primordial es cuidarse primero a uno mismo. Esto no debe ser entendido como un retiro del mundo, que a veces es necesario, sino prestar atención a las propias necesidades y placeres tan a menudo o más que a las de los demás. (Ya hablaré de ello en un artículo más extensamente).
La inteligencia emocional: educarnos emocionalmente es una tarea infinita, nunca sabremos lo suficiente sobre nuestras emociones y gestión de las mismas, y cuando lo sepamos cambiarán nuestras circunstancias. Y vuelta a empezar. Conocer lo que sentimos identificándolo, aprender a modularlo o calibrar lo que otros puedan estar sintiendo no es tarea fácil, pero sí se puede entrenar. Con ello además, disponemos de más herramientas que ofrecer a los jóvenes, más experiencias y, sobre todo, mucho más ejemplo. ¿Cuán emocionalmente inteligentes nos mostramos si, como padres, nos peleamos en un partido de fútbol? ¿Hasta qué punto podemos luego exigir empatía?
El liderazgo: el educador es un líder, es el ejemplo a seguir. La diferencia cuando hablamos de personas más jóvenes es que no se cuestionan tanto nuestra verdad, sino que la toman como ejemplo. El docente o los padres son líderes ejecutivos que proponen acciones, líderes emocionales que demuestran cómo podemos vivir sin rendirnos al impulso, líderes asertivos que saben establecer y respetar límites, entre otros.
La admiración: un buen educador entrena su admiración incluso por un dibujo mediocre de una mano. No sugiero aplaudir todo y obviar la realidad o las limitaciones de cada uno, sino admirar ese entusiasmo que resulta ser lo que se pierde cuando el joven siente que lo que ha hecho no tiene valor. Reconocerle que hay personas que lo hacen mucho mejor técnicamente, pero sin reflejar tanta pasión. Es necesario que, como educadores, sintamos más gusto por admirar que por ser admirados.
El aprendizaje y desaprendizaje: vital hoy en día. Necesitamos reconocernos como ‘aprendedores”. Lo que funciona con un hijo, no sirve para el otro. Lo que funciona para un alumno, no sirve para el otro… Si comenzamos reconociendo que no lo sabemos todo y que tal vez hoy aprendamos nosotros de quien tratamos de orientar, vamos bien. Ensayo y error. Probar, equivocarnos, deshacer e innovar. ¿Por qué no?
Si prestamos atención a nuevas consideraciones y modificamos nuestro propio entorno, no haremos más que mejorar, por ende, el contexto de nuestros jóvenes. Comenzar por educarnos a nosotros y nutrir nuestra vida se torna esencial para sentirnos más preparados y coherentes con la educación que queremos promulgar. ¿Qué tipo de líder te gustaría que viesen en ti?