Dicen que a los adolescentes no hay quien nos entienda. Dicen que lo tenemos todo y que no estamos contentos con nada. Y yo me pregunto, ¿por qué me dan tanto con la esperanza de hacerme feliz? ¿Y si tener todo no lo es todo? No me des todo lo que no tuviste. Por favor, háblame de la frustración.
Háblame de que no todo siempre será como yo lo desee. De que no todo en la vida serán síes.
Háblame del mundo tal como es, sin dibujar tus realidades, como quien cuenta el cuento palabra por palabra esperando a que el niño extraiga la moraleja. No me hables solo de lo mal que está «la cosa», y menciona a aquellas personas que sí están haciendo por transformar el mundo.
No es necesario que omitas el tema del paro, la corrupción o la violencia; pero anímame a preguntarme qué quiero hacer yo para que mi vida tenga sentido y sea feliz.
Háblame de lo mucho que te hubiese gustado estudiar para no pasar tantas penurias como pasaste, sí. Pero respeta mi derecho a elegir arrepentirme o no en el futuro de estudiar o de no hacerlo. Infórmame, pero permíteme decidir. Cuéntame lo bien que les va a aquellos que estudiaron grandes carreras, sin olvidar a aquellos otros que, sin apenas estudios, consiguieron convertirse en grandes referentes.
Háblame de que, en futuros trabajos, al igual que en clase en el presente, no importa tanto aquello que sé como aquello que soy. Háblame de la importancia de tener en cuenta a los demás, de aprender a compartir y cooperar. Cuéntame lo valioso que resulta destacar aquello que me hace diferente en lugar de esconderlo. Oriéntame a buscar herramientas que me permitan desenvolverme por la vida y la incertidumbre más fácilmente, y a quererme a mí mismo cuando aún no sepa cómo hacerlo.
Háblame de por qué no vas a comprarme más ropa, libros o juegos aparte de los que tengo. Ábreme los ojos ante la vida para poder apreciar el verdadero valor de las cosas. Invítame a buscarme las mañas deshaciéndome de viejos trastos para conseguir aquellos nuevos que quiero. Y observa como la mitad de las veces ni hago el esfuerzo, porque no lo quería realmente. Observa como aprendo a distinguir entre sueños y caprichos.
Háblame de que esa chica maravillosa que tanto me gusta podrá no fijarse en mí. De que no es peor persona por ello, sino que toma decisiones. Háblame del respeto hacia esas decisiones. Evita decirme lo mucho «que se pierde» y recuérdame lo mucho que yo gano, aprendizaje y paciencia. Háblame de que no gustar a alguien no significa que yo no sea válido, sino que lo mejor está por llegar y no tiene que ser aquí y ya.
Háblame de disciplina y responsabilidad, no en términos militares ni agresivos sino de respeto y crecimiento. Déjame ser parte activa en la elaboración o en el acuerdo de esas normas, quiero sentirme importante y escuchado. Aunque no lo creas, cuando sueño con mi lugar en el mundo éste no está exento de normas, sino de autoritarismo «porque lo digo yo».
Háblame de por qué mi uso indiscriminado de las nuevas tecnologías no me beneficia, pero no cuando me estés castigando, sino en otro momento. Recuérdame lo que gano mirando a otros ojos, compartiendo risas o el propio silencio en un paseo. Y sé mi ejemplo en ello, claro. Cuéntame cómo las personas inventamos vidas en las redes sociales y lo lejos que esos cuerpos y vidas están de realidad en muchas ocasiones. O del trabajo que hay detrás de ellos.
Dime «no» de vez en cuando sin ceder ante mi rabieta. No permitas que mi satisfacción o tu paz inmediatas sean más importantes que mi educación y felicidad, tengo toda una vida por delante. Comprendo que das mucho porque tú tuviste poco, a veces me hablas de lo mucho que valorabas todo gracias a ello. Déjame experimentar lo mismo: permíteme tener menos para valorar más.
Entiendo que mi presión y la presión social de estar rodeado de otros padres que no hacen más que proporcionar más y más (y más inmediatamente) cosas a sus hijos no es fácil de ignorar. Sin embargo, sé que puedes ser una de esas personas que quieren formar parte del cambio, porque tú sabes lo que sí funciona, cómo sí se educa y eres más que capaz de honrar tus valores.
No me des lo que tú no tuviste, ayúdame a exprimir lo que yo ya tengo. Sé que sabes que te lo voy a agradecer toda la vida. Y ya hablaremos de ello…
Artículo originalmente escrito para INED21